Era la segunda cajetilla y mi ansiedad no cesaba, Quizá no era el humo en mis pulmones lo que necesitaba en ese momento, si no a ti y a tus incansables labios. Supongo que aunque sabía lo que quería, o a quien necesitaba, intentaba engañar a mi cuerpo proporcionándole otra sustancia que creara una dependencia distinta para así poder olvidarme de tu piel y de mi reacción al rozarla. Aún recuerdo aquel día. Entraste con tu inseguridad aplastante en mi cuarto y me desvalijaste, sin querer, de cualquier inseguridad que mi mente pudiera brindarme. El olor a chocolate recién hecho y las ganas de comerte se peleaban por el protagonismo, y está claro quién fue el ganador…
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